LA HISTORIA EN UNA
FOTO – Diario Clarín – Enero de 2009
La cumbre
de San Martín y Belgrano
En enero de
1814, en la posta de Yatasto, los dos generales hablaron del curso de la
revolución. A partir de allí los senderos se bifurcaban, pero creció entre
ellos una relación de honda amistad. / Felipe Pigna. HISTORIADOR
Con todas
sus esperanzas, toda la ansiedad y la historia por delante, en enero de 1812
José de San Martín -con sus casi 34 años por estrenar- emprendió el regreso a
su tierra natal a bordo de la fragata inglesa George Canning. A poco de llegar
y tras ponerse en contacto con la masonería local y los miembros de la Sociedad
Patriótica comandada por Bernardo de Monteagudo, al futuro Libertador se le
encargó una misión fundamental: frenar los ataques españoles que venían desde
Montevideo. Qué distintas habrían sido nuestras infancias y nuestros
entusiasmos patrióticos si antes de enseñarnos de memoria la Marcha de San
Lorenzo nos hubieran explicado por qué se libró aquel combate, qué intereses
estaban en juego o, aunque sea, qué quería decir "Febo". Nos tendrían
que haber dicho, por ejemplo, que las fuerzas españolas de Montevideo llevaban
adelante una férrea resistencia contra el gobierno de Buenos Aires y
constituían un verdadero peligro para la continuidad de la Revolución.
En una carta dirigida al jefe de las fuerzas sitiadoras en Montevideo, Manuel
de Sarratea, fechada el 25 de diciembre de 1812, el triunviro Paso le informaba
de un plan del enemigo que se pondría en ejecución de un momento a otro y que
consistiría en: "un desembarco en ésta [Buenos Aires] o en alguno de los
puntos inmediatos por una combinación de los españoles europeos: una salida
general contra el ejército sitiador: una expedición sobre baterías de Punta
Gorda, Santa Fe o Bajada: otra igual sobre el Uruguay y contra el cuartel
general en otro punto que nos corte el pasaje libre de nuestras
correspondencias y pertrechos". Para frenar estas amenazas, a principios
de 1813 se les encomendó a los Granaderos de San Martín su primera misión.
Debían defender las costas del Paraná, atacadas por los españoles, que trataban
de aliviar el bloqueo al puerto de Montevideo robando ganado y saqueando los
poblados de la costa, causando graves daños a la economía regional. San Martín,
que esperaba ansioso la oportunidad de entrar en combate, realizó un prolijo
trabajo de inteligencia y pudo confirmar las sospechas de Paso.
Aquel 3 de febrero de 1813, el futuro Libertador libraría su único combate en
territorio argentino. En apenas quince minutos de encarnizada lucha en la que
estuvo seriamente en juego su vida, los realistas fueron barridos y dejaron en
torno al convento 40 muertos, 14 heridos y prisioneros, dos cañones, 40 fusiles
y una bandera. Las bajas de los patriotas fueron 16 muertos y 20 heridos. El
objetivo militar se había cumplido: defender el Litoral desde Zárate hasta
Santa Fe.
Políticamente, el triunfo de San Lorenzo aumentó el prestigio de San Martín y
disipó todas las dudas de quienes, como Rivadavia, desconfiaban de su larga
permanencia en los ejércitos españoles. Desde comienzos de 1813 funcionaba en
Buenos Aires la Asamblea General Constituyente. Para muchos, entre los que se
contaban San Martín y Belgrano, era la gran oportunidad para declarar la
independencia y reafirmar la decisión de guerra a muerte con España.
Lamentablemente, los terratenientes porteños y su principal representante y
presidente de la Asamblea, Carlos María de Alvear, no pensaban lo mismo.
El ex amigo y compañero de San Martín aprovechó la oportunidad que le brindaba
el alejamiento del coronel -que se oponía a sus ambiciones centralistas- para
crear un poder ejecutivo unipersonal, el Directorio. Corría el año 1814 cuando
San Martín fue designado al frente del Ejército del Norte en reemplazo de su
querido y admirado general Belgrano, que la venía peleando desde el inicio
mismo de la Revolución. Éste había insistido en que se sentía más útil para las
tareas de gobierno, donde podría haber puesto en práctica sus geniales y
avanzadas propuestas económicas de reforma agraria y fomento de la industria.
Pero, se sabe, esas ideas no les sonaban para nada simpáticas a los poderosos
de Buenos Aires y uno de los más lúcidos cuadros políticos de la Revolución
terminó de campaña militar en campaña militar.
Don Manuel conocía muy bien las penurias que pasaban sus soldados. Era el mismo
hombre que compartía hasta la miseria con su tropa y que donó sin dudarlo, para
la construcción de cuatro escuelas, 40.000 pesos oro de la época (el
equivalente a 80 kilos de oro) que se le habían otorgado por sus triunfos
militares. Aquel pensador extraordinario, pionero de la educación popular en
nuestro país, que decía que se debía incluir en pie de igualdad a las mujeres,
se cansaba de mandar partes en los que describía el estado de sus hombres, los
que le ponían el pecho a las balas en la última avanzada contra los godos.
Por supuesto que los "señores" de Buenos Aires, que destinaban fondos
millonarios para destruir a Artigas y que se repartían los beneficios del
monopolio del puerto y de la Aduana, ni se dignaban contestarle. Hasta que a
Belgrano le subió la temperatura más de lo previsto y les mandó este parte que
los denunciaba magistralmente: "Digan lo que quieran los hombres sentados
en sofás, o sillas muy bonitas que disfrutan de comodidades, mientras los
pobres diablos andamos en trabajos: a merced de los humos de la mesa cortan,
tasan, destruyen a los enemigos con la misma facilidad que empinan una copa
(...) Si no se puede socorrer al Ejército, si no se puede pagar lo que éste
consume, mejor es despedirlo".
Ya no esperaba respuestas y se le ocurrió repartir terrenos a cada regimiento
para su cultivo; todos tuvieron una huerta abundante de hortalizas y legumbres,
y de este modo, llenaron su necesidad y entretenían su equipo, porque los
frutos que sobraban se vendían en beneficio de todos los soldados que los
habían cultivado. Aquel querido Manuel, estimulado por los triunfos de Salta y
Tucumán, había entrado con sus tropas al Alto Perú, pero los realistas habían
recibido refuerzos y armas desde Lima y derrotaron a los patriotas en
Vilcapugio el 1 de octubre de 1813 y en Ayohuma el 14 de noviembre. Belgrano,
enfermo de paludismo, debió batirse en retirada con lo poco que pudo salvar.
Estos eran los hombres que se iban a encontrar bajo aquellos cielos y rodeados
de esos maravillosos cerros para pensar la libertad de América, para ver cómo
seguía la lucha sin cuartel. Sabían que sólo contaban con el coraje propio y de
sus hombres y con la colaboración inestimable de aquel pueblo que aportaba
hasta lo que no tenía, de aquellas mujeres y niños que armaban verdaderas redes
de espionaje y logística. El encuentro entre los dos patriotas se produjo en
enero de 1814 en la posta de Yatasto, donde tuvieron tiempo de conversar sobre
el estado de la Revolución, de dolerse de la inoperancia e incomprensión del
gobierno central y de coincidir en muchas cosas, entre ellas, en un par de
certezas: estaban "abundantes de escasez" y "la soledad no
dejaba de acompañarlos".
San Martín traía instrucciones reservadas del Directorio que le ordenaban
remitir a Belgrano para ser juzgado por las derrotas de Vilcapugio y Ayohúma,
pero estaba completamente en desacuerdo con la absurda disposición y se negó a
entregar a su compañero. A partir de entonces, los senderos de la Revolución se
irían bifurcando y la vida no los volvería a juntar físicamente. Creció entre
ellos una relación de profunda amistad, expresada en innumerables cartas en las
que se trasluce nítida la comprensión, la solidaridad, el apoyo político y la
mutua admiración.
San Martín reorganizó el ejército y lo dejó en las mejores condiciones
posibles. Pero sus pensamientos volaban hacia otra parte. Estaba absolutamente
convencido de que las sucesivas derrotas en el Norte ya eran suficientes para
demostrar que había que buscar otro camino para terminar definitivamente con el
enemigo y su centro de poder en Lima. Con la tranquilidad y la admiración que
le provocaban el gran Martín Miguel de Güemes y su pueblo en armas para encarar
la defensa del Norte como nadie, se permitía comenzar a soñar con el plan
continental de liberación.
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